Grãoinho vivía solo, durmiente, holgazaneando todo el día.
Grãoinho no tenía prisa, ¿para qué? Iba a seguir siendo pequeño, muy pequeño, pequeño como un botón.
Grãoinho vivía en el malecón, bajo el caparazón de un cangrejo, y lo que más le gustaban eran las gaviotas. Las gaviotas y las conchas marinas.
Grãoinho soñaba con subir sobre la espalda de una gaviota y sobrevolar el mar. Ver su casa desde lo alto, cómo se movía de sitio sin avisar, con sus andares ladeados. ¡Que manía de moverse! Después siempre tenía que andar preguntando a todos si habían visto su casa. Grãoinho le preguntaba a las medusas, le preguntaba al coral y también a los caballos de mar. ¿Habéis visto mi casa?, decía, pero nunca le contestaban.
Un día Grãoinho salió a jugar con las conchas, se subía en ellas y se lanzaba después, deslizándose como en un tobogán. Se escondía debajo y fingía ser una almeja, las arrastraba y las amontonaba y se hacía un palacio de conchas de mar.
Ése día, Grãoinho se hizo un palacio tan bonito y tan grande, que pudo meterse dentro y hacerse una cama con una concha de mar; entonces, cansado de jugar y holgazán como era, Grãoinho se quedó dormido sobre su cama de concha durante toda la noche.
Al despertar, cuando Grãoinho volvió a su casa, su casa ya no estaba.
¡Otra vez debió de irse andando al revés! ¡Con ese aburrido repiquetear de pinzas!
Grãoinho, que aun tenía sueño, salió a preguntar si alguien había visto su casa.
Enfadado y somnoliento, recorrió el malecón, la playa, las rocas y el espigón, hasta que se cruzó con un mejillón. ¿Ha visto usted mi casa, señor mejillón? Es oscura, dura y fea por fuera, pero blanda y caliente por dentro. Pero el mejillón no le contestó.
Siguió recorriendo el espigón hasta dar con un alga anciana que bailaba medio sumergida para una esponja de mar, que era su única espectadora. Grãoinho les preguntó a ellas también, pero tampoco éstas le contestaron.
Ya estaba haciéndose de noche otra vez, y a Grãoinho no le gustaba la noche porque no había gaviotas.
Entonces Grãoinho tuvo una idea: ¡Las gaviotas lo ven todo! Siguió hasta el final de las rocas y escaló hasta la más alta de todas. Una vez arriba, Grãoinho llamó a las gaviotas, pero éstas parecían no oírle, porque ninguna venía a su encuentro, ninguna contestaba con su agudo chillido chirriante. Grãoinho se puso de puntillas, para estar más cerca del cielo y así las gaviotas pudieran escucharlo mejor, pero la roca estaba mojada y Grãoinho resbaló.
Cuando cayó y pudo abrir los ojos bajo el agua, había espuma blanca por todas partes, entonces el mar se calmó, y Grãoinho pudo ver un gran ojo que lo miraba sin pestañear. Era un enorme pez ¡tan grande como su casa!, y antes de que Grãoinho pudiera decir nada, el pez abrió la boca y lo engulló.
Todo estaba muy negro y silencioso, ahí adentro, y Grãoinho tuvo mucho miedo, pero también tenía mucho sueño. Bueno, dijo, ésta podría ser mi nueva casa.
Y Grãoinho se durmió sobre la lengua del pez.
jueves, 31 de enero de 2008
Espetada do Grãoinho
¡Pegatinas!:
Cuentos propios
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
4 comentarios:
¿Dónde aprendiste esta historia? Es raro, me ha dejado una sensación extraña...
Hola anónimo.
Pues no la he aprendido en ningún sitio, la he inventado yo.
A veces me gusta imaginar cuentos y escribirlos, sin buscar demasiado sentido en la historia. Como me viene a la cabeza lo plasmo en el papel.
No salen cuentos memorables, pero a mi me gustan.
Un saludo.
No creo que esta historia sea de las que no tienen demasiado sentido, más bien es de las que lo van cobrando cada ve más según lo lees y según lo piensas. Te felicito.
Muchas gracias, de verdad.
Si vas a seguir comentando en mi blog (y espero que así sea), no estaría mal que te pusieras un alias para saber cuando eres tú.
Un saludo.
Publicar un comentario