La palabra se le clavó en el corazón como un alfanje, dejándolo helado, petrificado, muerto de miedo.
Tras el auge del canturreo todo quedó en silencio, a excepción del exasperante sonido de la computadora gigante. Los congregados se alzaron y abrieron sus filas para dejar paso a una figura.
Vestido con exactamente la misma ropa que los demás, a excepción de que iba despojado de su capucha y llevaba un enorme turbante emplumado con un broche de espejo en el frontal, Halkham avanzó hacia él, mirándolo fijamente con ojos inexpresivos. En su mirar no había maldad, pero tampoco compasión. No había lucro, pero tampoco clemencia. No había alerta, no había distracción… No había vida.
Era la mirada más fría que él había visto y sentido jamás, y se le clavaba en las entrañas tanto como lo había hecho la palabra que culminó el salterio: Sombras, sombras, sombras… ¿Qué era todo aquello? ¿Qué se supone que debía hacer él?
-Traed a El Consumido –dijo el líder, con una voz en trance que a él le puso el vello de punta.
Una puerta se abrió dejando ver unas escaleras que bajaban a lo que parecía el sótano, y dos guardias subieron portando sendas antorchas y arrastrando, cada uno de un lado, las cadenas que ataban a una tercera y alta figura que se confundía con las sombras.
Cuando la luz alumbró aquella estampa él sintió deseos de vomitar.
Al cabo de las cadenas se alzaba el ser mas repulsivo y nauseabundo que jamás había visto. Más delgado que la misma delgadez, el hombre alto se contoneaba desnudo e inestable. Su piel era de un pálido verdoso amarillento y todo él desprendía un insoportable olor a rancio y moho. Sus ojos saltones eran como dos amarillentos globos acuosos que miraban a la nada abiertos de par en par. Su cabello era mas parecido largas y grasientas hebras de pelusa grisácea pegada a su rostro y esparcida fortuitamente por su huesudo cráneo. Su boca, demasiado grande para su rostro, definía unos finos y cuarteados labios sin color ribeteados de un negro pútrido, y contenía unos dientes putrefactos de un extraño color gris azulado. Sus orejas, pellejudas y colganderas, también parecían ser demasiado grandes para el ser, así como sus retorcidas manos de dedos afilados y sus deformes pies planos y torcidos hacia adentro, que también abultaban mas de lo esperado y que constaban al final de unos brazos y piernas largos, finos y raquíticos.
Los guardias tiraron de las cadenas y se acercaron a Halkham, que seguía mirándolo a él, sin apartar la vista un segundo. El Consumido, traído por los tirones de las cadenas, avanzó a pequeños saltos tras ellos. Cuando estuvieron junto al líder, le quitaron las cadenas al ser, que lo miró curioso a él, como examinándolo inocentemente, inclinando la cabeza como si jamás hubiese visto a otro hombre. Sus pupilas estaban extremadamente contraídas, como si nunca vieran la luz, y de vez en cuando se hacía sombra en los ojos con una mano.
Él fue rodeado por tres guardias que lo sujetaron mientras un cuarto le colocaba las cadenas que un momento antes sometían al delgado ser. Después dieron el otro extremo de las cadenas al líder, y se apartaron. Halkham alzo los brazos agarrando las cadenas con una mano y una hoja de parra con la otra.
Se volvió hacia las puertas de doble hoja que daban al exterior y alzó el rostro cerrando los ojos.
-¡Sombras de la noche -clamó-, he aquí el número 914, nuestra nueva ofrenda!
Resto de capítulos de "Ofrenda":
Cáp. I, Cáp. II, Cáp. III, Cáp. IV, Cáp. VI, Cáp. VII
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