Tenía hambre. Mucha hambre, y el olor de los manjares parecían llamarlo a gritos.
¿Por qué si comía le abrirían la puerta? ¿Por qué iba a ser malo que lo dejaran salir?
Después de todo él no conocía a ese hombre y seguramente era sólo un chiflado…
Pero algo dentro de él le decía que no, que debía hacerle caso. Tal vez era su profunda y tranquila mirada, o tal vez lo misterioso del rico líder, que lo hacía desconfiar.
¿Y si sólo comía un poco? ¿Quién se iba a enterar?
Se acercó a tientas a la mesa, guiado por el aroma del cordero asado y las frutas confitadas. Sintió que se mareaba.
Estaba apunto de agarrar una fuente de barro cuando una música lo sacó de su ensimismamiento. Provenía de una sala cercana, y enfiló un pasillo siguiendo la melodía.
Al final del corredor vio una luz que venía de la misma sala que la música. Se acercó.
Nada mas asomarse pudo ver una enorme sala iluminada por antorchas y repleta de gente comiendo y celebrando. A un lado los músicos hacían sonar sus extraños instrumentos de viento, cuerda y percusión. Largas mesas llenas de comida y bebida rodeaban un altar enjoyado donde se erguía hasta el altísimo techo un gigantesco ordenador del que colgaban incontables cables y tubos. Al pié del ordenador había un trono y la mesa mas grande donde estaban las comidas mas copiosas. Las bailarinas cubiertas de velos danzaban alrededor del trono y varias esclavas desnudas se arrastraban venerando al que lo ocupaba.
Cuando él entró en la sala la música cesó, y todos lo miraron.
Halkham se levantó del trono, dejando sobre el plato un hueso de pollo a medio roer y apartando de sus pies a una de las esclavas. Lo miró. Él sostuvo su mirada sin decir nada. Al poco el líder cogió un plato de patatas asadas en salsa y se acercó a él, ofreciéndoselo.
-Come –le dijo.
Todos lo miraban, expectantes, y el paseó su mirada por toda la sala, mirándolos uno a uno. Miró el plato y, volviendo a mirar a Halkham, dijo:
-No.
Un murmullo recorrió la habitación, hasta que el líder le dio el plato a la persona que mas cerca tenía, volvió al trono y dio dos palmadas, sentándose de nuevo.
La música se reanudó y las bailarinas volvieron a danzar. La gente retomó la cena donde la había dejado y dejaron de prestarle atención a él.
Le temblaban las rodillas. Le atormentaba el olor de los alimentos, el sonido del vino al llenar las copas, el masticar indecoroso de los concurrentes. El sudor le perlaba la frente mientras se sentía desfallecer. ¿Cuántos días había estado inconsciente? ¿Cuántos días llevaría sin comer? ¿Cuántos más podría aguantar?
Su vista se nubló y notó que caía.
Resto de capítulos de "Ofrenda":Cáp. I, Cáp. III, Cáp. IV, Cáp. V, Cáp. VI, Cáp. VII
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