miércoles, 27 de febrero de 2008

Ofrenda (capítulo IV)

… y consiguiéndolo.

Él agarró el plato con una mano y con la otra empezó a llenarse la boca con deliciosos bocados, saciando su apetito voraz. Cuando acabó se levantó y fue hacia la mesa, cogiendo mas platos y vaciándolos en un abrir y cerrar de ojos. Se percató que los platos estaban decorados con joyas que habían puesto sobre la comida y pensó que debía de ser un presente del anfitrión. Escogió un plato de carne asada ornamentado con un anillo de oro que engarzaba un gran rubí –Extraña costumbre- se dijo encogiéndose de hombros, chupando el anillo y colocándoselo en el dedo para después comerse la carne.
El sabor de los manjares le hacía poner los ojos en blanco mientras seguía degustándolos.

Al poco se dejó caer en el suelo, colmado. Reparó en que la bailarina ya no estaba y en que no se había dado cuenta de cuando se fue.

En su lugar estaba Kaalkup, mirándolo muy serio, con la tristeza reflejada en los ojos.

Él lo miró con una mezcla de orgullo y culpabilidad, y se levantó limpiando su boca con la manga.

-Has escogido tu destino –dijo Kaalkup-. Ahora te abrirán las puertas. Adiós, extranjero.

Él lo miró alejarse y desaparecer por una puerta, justo antes de que un gong sonara.

Al sonar, por otra puerta apareció Halkham seguido de su séquito de encapuchados.

Sin que él pudiera hacer nada, varios hombres lo rodearon, lo agarraron, y lo desvistieron arrancando sus ropas. Sin apenas ser consciente de lo que sucedía, vio como otros lo vestían con caras prendas de seda, y después lo soltaban.

Cuando se apartaron vio como habían retirado de la mesa los platos vacíos y habían traído nuevos alimentos recién cocinados.

Entonces Halkham habló.

-Siéntete a gusto, 914. Degusta nuestros platos y ponte cómodo.

-¿Cómo me has llamado? –preguntó él.

-Por la noche las puertas se abrirán para ti.

El líder se retiró y, tras él, su cohorte.

Durante un momento él se quedó inmóvil, pensativo. ¿Había hecho bien? Se preguntaba.

El resto del día lo pasó pensando en el porqué de todo aquello, en lo extraño que resultaba todo, pero lo que mas le extrañaba no era ese tal Halkham y su poco común hospitalidad, no era la extraña historia de puertas abiertas y cerradas, de noches y de días, de comer o no comer… Lo que más le extrañaba era esa sensación empalagosa de haber defraudado a alguien, de sentirse culpable por haberle fallado a Kaalkup, sin apenas conocerlo.

Al caer la noche las ventanas se cerraron de nuevo, tras el irritante sonido de los engranajes, y de nuevo todo quedó a oscuras.

Al poco unas antorchas que provenían de otra habitación iluminaron la estancia, y él pudo ver cómo un gran número de individuos encapuchados de negro llenaba la habitación, lentamente, ordenadamente, silenciosamente…

Eran los mismos que compartían mesa con el líder la noche anterior. Todos vestían las mismas ropas, con los mismos colores, con los mismos adornos colocados casi religiosamente.

¿Religiosamente? Eso debía de ser. Eran como una extraña secta que adoraban a… ¿a qué? ¿A ese extraño y enorme artefacto?

De pronto, casi como habiéndolo invocado, el sonido del gran ordenador de la otra sala invadió el silencio de la que ellos ocupaban. Extraños sonidos digitales se mezclaban con el ruido de procesadores y de motores de ventilación. Un gorgoteo informático se elevaba por encima de todo ello, y los comensales se arrodillaron al unísono.

Comenzaron a hacer reverencias y entonaron un extraño cántico que se enfatizaba progresivamente, a la vez que subían el volumen de sus voces e incrementaban el ritmo de sus postraciones.

Él sentía que su corazón se aceleraba al ritmo de la salmodia y casi notó que se le salía del pecho cuando ésta llegó a su clímax y las voces se alzaron en un estruendoso grito en el que entonaron una sola palabra a coro: ¡Sombras!


Resto de capítulos de "Ofrenda":

Cáp. I, Cáp. II, Cáp. III, Cáp. V, Cáp. VI, Cáp. VII


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